La Antártida, donde hacer ciencia es una aventura
Los investigadores del Grupo de Óptica Atmosférica de la UVa Abel Calle y Javier Gatón volvieron hace dos semanas de la misión investigadora que les llevó a finales de este enero, hasta la base argentina de Marambio, en la Antártida. Hasta allí se desplazaron para reemplazar e instalar distintos instrumentos, que permitan continuar midiendo con precisión, entre otras, la radiación solar directa y del cielo. Esta es una breve crónica escrita por el profesor Calle sobre por qué y cómo es hacer ciencia en el continente antártico.
La Antártida es una vasta extensión equivalente a 28 veces España, definida por todos los territorios que se ubican al sur del paralelo 60º y que engloban, además del continente antártico, todas las islas del atlántico sur y el archipiélago de las Shetland. Aquí tiene España dos bases científicas temporales: la Carlos I, en isla Livingston y la Gabriel de Castilla, en isla Decepción, esta última toma el nombre del navegante palentino, primero en avistar la Antártida.
El continente antártico tiene un elevado interés para los científicos medioambientales y atmosféricos dado que representa un ecosistema en delicado equilibrio entre diversos factores planetarios. Es el lugar más afectado por el agujero de la capa de ozono y su vórtice atmosférico (rotación que permite que el aire frío se mantenga cerca de los polos) genera una degradación de los niveles de ozono estratosférico muy peligrosa para la vida humana. Aunque, al parecer, este problema está en vías de solución, por la acción restrictiva de emisión de estos gases, hoy hay otros graves problemas relacionados con el cambio climático que afectan, de forma dramática, a las latitudes polares. Si bien no se está observando un deshielo tan acuciante como el que ocurre en el Ártico, existe un deshielo diferencial, aún sin ser explicado, entre distintas zonas antárticas, detectándose un fuerte calentamiento en el oeste de la península antártica, pero no tanto en el este, efecto que tiene impacto sobre la dinámica de las grandes plataformas de hielo del mar de Weddell y del mar de Ross (punto de partida de las expediciones de Scott y Amundsen en busca del polo sur).
Además, la Antártida está rodeada de la rama fría de la corriente oceánica, correa transportadora de energía en el océano y que regula el clima del planeta, especialmente en la península Ibérica. Estas alteraciones de temperatura tienen un fuerte impacto en el frenado de la corriente oceánica, una de las más importantes preocupaciones en las consecuencias del cambio climático. Por todo ello, este continente es el punto adecuado para tomarle el pulso al planeta.
Tras la firma del Tratado Antártico, en 1961, son varios los países que en base a su vinculación histórica reclaman parte del territorio de este continente. Uno de ellos es Argentina, que ostenta el récord de poseer la primera base permanente de la historia, situada en las Islas Orcadas desde 1904. Además de otras acciones antárticas singulares, como acoger familias en la base Esperanza donde tuvo lugar el nacimiento del primer hombre en la Antártida, en 1978, o haber protagonizado algunos de los rescates más épicos de las primeras exploraciones a principios del siglo XX, como la famosa expedición sueca de Nordenskjöld. Argentina, además de poseer una robusta tradición antártica, dispone de varias bases permanentes, uno de los requerimientos más importantes para hacer ciencia en estas latitudes; es decir que operen, ininterrumpidamente, durante el invierno y el verano. Una de ellas es la base de Marambio, ubicada en la isla Seymour/Marambio en la punta de la península antártica y muy cercana al círculo polar antártico. Precisamente cerca del borde del vórtice atmosférico, lo que añade interés a las medidas atmosféricas registradas aquí.
El Grupo de Óptica Atmosférica (GOA) de la Universidad de Valladolid (UVa) es uno de los nodos internacionales de la red AERONET, de la NASA, para el estudio de los aerosoles atmosféricos. Este es uno de los componentes esenciales para mantener el equilibrio climático y el caballo de batalla del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) para extraer conclusiones de las proyecciones climáticas. El GOA tiene una alta tradición histórica trabajando en bases del Ártico y, desde 2018, también en la Antártida, tanto en las bases españolas, como en la base argentina de Marambio qué por ser permanente, aporta mayor interés para la elaboración de bases de datos continuas de observación.
Precisamente hasta esta base argentina, se desplazaron durante los meses de febrero y marzo dos investigadores del GOA para la instalación y renovación de diferentes instrumentos. Las medidas que se llevan a cabo están relacionadas con el seguimiento de los aerosoles donde, por disponer de condiciones de cielo limpio, se detectan eventos de transporte atmosférico a largas distancias como es el caso de los grandes incendios forestales de Australia y de Chile que se están produciendo como consecuencia de las fuertes alteraciones climáticas. También se mide la temperatura de la superficie en un lugar donde, por tratarse de permafrost (capa de suelo congelado permanentemente), es relevante la observación de alteraciones térmicas.
Pero hacer ciencia en la Antártida es tan interesante como difícil, ya que es muy complicado disponer de una infraestructura que proporcione soporte para estas actividades, prueba de ello es que España no dispone, aún, de bases permanentes. La base de Marambio es un lugar estratégico porque es utilizado por Argentina como puerta de acceso al resto de bases del entorno al disponer de una pista de aeródromo donde puede llegar un avión Hércules para transporte de recursos y reemplazo de la dotación humana de las bases. El personal de la base alcanza a cien personas en verano y, aproximadamente, la mitad en invierno. La mayor parte es personal militar cuya función, según establece el primer artículo del Tratado Antártico, es exclusivamente de apoyo pacífico a actividades científicas, y el resto, científicos y personal técnico para el mantenimiento y soporte de instrumental.
Vivir en la Antártida es una experiencia inédita y no encuentra comparación con ninguna otra situación, porque confluyen dos aspectos extremos: la necesidad de convivir; y trabajar, en un entorno con muchas restricciones y hacerlo en un ambiente humano en el que buscar la intimidad es tarea inútil.
El científico que va la Antártida lleva grandes ilusiones para realizar su trabajo en un entorno privilegiado y ver satisfechas sus expectativas científicas. Pero, al final, lo que más le sorprende, a la vuelta, es la experiencia humana vivida allí. No es fácil trabajar en un entorno en el que el agua es el bien más escaso y sólo dispones de agua potable en un lugar de toda la base en que se encuentran los filtros de arena, donde las ansiadas duchas llegan tres veces por semana. Trabajar en el exterior significa hacerlo con temperaturas muy bajas, pero con una sensación térmica drásticamente disminuida por los fuertes vientos que, frecuentemente alcanzan más de 150 km/h. Y todo debes hacerlo minimizando al máximo el riesgo de cualquier accidente ya que será imposible cualquier tratamiento médico que vaya más allá de resolverlo con algunos puntos de sutura. El aislamiento es real, por encontrarte a más de 1000 km de un aeropuerto y se incrementa cuando no existe fecha de salida concreta por estar sujeta a las condiciones meteorológicas que faciliten el transporte. Sin embargo, es una experiencia única por encontrarte en el lugar más indómito del planeta y vivir en un ambiente en el que la ayuda al compañero y la necesidad de tener una disposición favorable, convierten la convivencia en la experiencia más satisfactoria que puedes desear.

