50 años del cierre de la Universidad de Valladolid
Hace 50 años, la Universidad de Valladolid se vio obligada a clausurar su actividad académica. Era un 8 de febrero 1975, y aunque el curso había comenzado en octubre, ese día el entonces ministro de Educación del gobierno franquista dio orden del cese de toda actividad universitaria hasta el fin del curso académico en Medicina, Ciencias, Filosofía y Letras y Derecho, a excepción de los laboratorios y su actividad investigadora. En este artículo, rescatamos los testimonios de Carlos Vaquero, José Carlos Cobos, Marco Antonio Gigosos, María Isabel del Val y Marcos Sacristán, quienes vivieron en primera persona ese hecho histórico, que lo convirtió en uno de los sucesos más destacados de los últimos meses del régimen franquista, que culminó el 20 de noviembre de 1975 con la muerte de Franco. Para todos los entrevistados, unos alumnos y otros profesores en aquella época, este hecho, único en la universidad española, fue “una medida desproporcionada” y un castigo injusto, pero que convirtió a la universidad vallisoletana en el centro de las miradas y de las protestas de una sociedad que pedía el fin de la dictadura.
Carlos Vaquero, el año que consiguió acabar Medicina
Carlos Vaquero Fuertes, actual catedrático emérito de la UVa, estudiaba durante ese curso sexto de Medicina, y era su último año en la universidad. Recuerda cómo desde que inició la carrera en 1969 “estuvo plagada de incidencias”.
Fue testigo directo del lanzamiento de huevos al entonces rector Juan Ramón del Sol, catedrático de Ginecología y Obstetricia, en el hall de la facultad, el 29 de enero de ese año que desencadenó en el cierre de la universidad días después. Hace memoria para explicar lo que vivió allí: “a las 12 del mediodía estaba planificada una clase de Ginecología por el catedrático y también rector en el Aula 3 a los de quinto curso, aunque yo estaba sexto y me encontraba fuera del aula. Se corrió la voz de que había que boicotear la clase, pero Del Sol entró con el séquito durante toda la hora que iba a durar la clase. Al salir, se formaron dos anillos alrededor del rector pidiendo su dimisión, pero el resto de lo miembros de la cátedra, que le acompañaban, hicieron un escudo protector alrededor de él, porque parecía que le iban a agredir. Y entonces fue cuando alguien lanzó los huevos, y todo apunta a uno de los delegados, conocido como “Fito”. Lograron sacar al rector y ya en la prensa se calificó el hecho de grave agresión. Alguien comunicó que había sido una grave alteración de las clases y que había que tomar algún tipo de medida”.
“Creó que se barajó también Sevilla, además de Valladolid, como posible universidad para cerrarla y que fuese una medida ejemplarizante, porque Madrid y Barcelona eran demasiado grandes” “Se castigó a Valladolid injustamente por algo que estaba sucediendo en todas las universidades de España”, analiza.
“En esos años de carrera, era muy habitual que se suspendieran las clases teóricas, sobre todo, en el último año, debido a estos altercados”, explica Vaquero. Ya en enero de 1975 hubo un cierre de siete días y estos se producían habitualmente. La situación era difícil, a lo que se añadieron durante esos años los cambios de planes de estudios que se sucedían cada dos años. Este vaivén en la política educativa se vio reflejada en la orla de Carlos Vaquero, en la que tan sólo se graduaron unas setenta personas, ya que este número escaso se debió a que en dicha promoción se cambió la carrera de seis a siete años, lo que desmotivó a muchos. “Por lo general estos estudios recibían unos cuatrocientos alumnos, aunque ya se venía venir los números clausus, algo que entonces no se concebía”, relata. Y tiene una explicación, porque a la Universidad de Valladolid llegaban estudiantes de toda la franja norte (País Vasco, Cantabria, Asturias).
Y así es como llegó el 8 de febrero de 1975 cuando se suspendió toda la actividad académica docente, porque permitieron mantener la labor investigadora y los laboratorios. A este respecto, Vaquero explica que la actividad en Medicina continuó porque entonces el hospital era una prolongación de la facultad, y se mezclaban los estudiantes con los médicos. En ese momento, el centro que actuaba de hospital contaba con pacientes y quirófanos dentro del propio edificio, que compartían con las clases, por lo que no se pudo cerrar. Aunque no tenía clases, Vaquero, ante la incertidumbre, pidió su reincorporación a la mili, y aprovechó su estancia en el cuartel de Farnesio en Valladolid para estudiar; otros, quienes eran de fuera, se marcharon a su casa porque la suspensión era para todo el curso académico y no podían seguir pagando el alojamiento. En Medicina hubo un “mero intercambio de apuntes entre los estudiantes sin conocer nadie lo que podía pasar, aunque en teníamos el refugio del hospital en el que poder trabajar y aprender”, explica. En su opinión, la Universidad Paralela, de la que tanto se ha idealizado, no funcionó en Medicina.
“Ya en mayo, y tras las muchas presiones, se nos avisa que no se abre la actividad docente pero sí se hacen los exámenes de septiembre, por lo que me permitió terminar la carrera en ese año”. Vaquero recapacita y piensa que en Medicina tampoco les afectó tanto porque “ya antes, en muchas ocasiones sacrificábamos las clases para estar en el hospital. Yo era de los que iba a clase, pero en los últimos años solo asistíamos un 25 por ciento de los estudiantes”. Sin embargo, reconoce que este curso “tan peculiar” afectó a su curriculum, que hasta entonces había sido brillante, pero que acabó mermado por estas circunstancias. Aunque matiza que luego se compensó con la parte práctica y la especialización, ya que fue la primera promoción MIR de Valladolid.
José Carlos Cobos y Marco Antonio Gigosos, el primer año en Física
La Facultad de Ciencias fue otro de los centros cerrados durante ese año, que ocupaba en esa época las actuales instalaciones de la Escuela de Ingenieros Industriales, en su sede Mergelina. Allí se estudiaba Física, Química y Matemáticas. José Carlos Cobos y Marco Antonio Gigosos, actuales catedráticos en la Facultad de Ciencias, recuerdan ese curso, de 1974-1975, tan especial: “nos conocimos el primer día de clase, nos sentamos juntos en el aula 2 y esperamos a que nos hicieran la novatada”. Acababan de entrar en primero de Física, y eran 143 en clase, de los que 20 solo eran de Valladolid, mientras que el resto procedía de muchos puntos de la geografía, pero sobre todo de la zona norte. Explican que el curso anterior al cierre fue demencial, porque el entonces ministro de Educación decidió que el curso se iniciase en enero, en lugar de octubre, “por lo que nuestros compañeros de segundo curso tuvieron solo seis meses de curso de primero y tres de segundo”, aclara José Carlos.” Menos mal que esa norma estúpida solo duró un año y para cuando iniciamos nosotros primer curso, se había vuelto a lo anterior”, continúa Marco Antonio. Por esta razón, cuando llegaron a tercero, en el que repitieron muchos por estas circunstancias, “solo en la asignatura de electromagnetismo, éramos cuatrocientos”.
El cierre fue caótico porque no tuvieron ninguna clase hasta una semana antes de los exámenes, en septiembre, y recuerdan a alguno de los profesores que impartió toda la asignatura en tres días. “Los exámenes duraban todo el día, desde las 8 de la mañana, en la que la primera parte era de teoría y ya por la tarde eran pruebas eliminatorias. De los 150 que empezábamos el examen, a las ocho de la tarde sólo quedábamos 32. Así eran los exámenes de todas las asignaturas”, cuenta el profesor Cobos. El ambiente durante esos años era convulso. “Yo vivía en la Rondilla -continúa- y no sólo se vivían las revueltas estudiantiles, también estaban las obreras”.
Recuerdan especialmente ese 8 de febrero de 1975, que habían ido a destilar el vino para extraer el alcohol en el laboratorio, ya que por esa época se impartían clase los sábados. Gigosos hace memoria de ese día: “Salimos a las 2 y según llegué a casa me lo dijeron que lo habían oído por la radio, que cerraban las facultades. Inmediatamente pensé: tengo que contactar con la gente. Me acuerdo que me fui a la estación para buscar a mis compañeros y encontré a José Carlos. Muchos compañeros que cogían el tren para Medina ya hablaron de reunirnos otro día”.
Tras el cierre hubo mucha gente que se organizó, aunque depende de las carreras “porque los apuntes en algunas te sirven y en otras te tienes que leer otros libros que complementen los apuntes”. “Nosotros nos juntábamos un par de días a la semana y nos enseñaron lo más revolucionario, que el mejor profesor de uno es uno mismo. Fue un reto porque cada uno por separado nos aprendíamos la lección y cuando nos juntábamos nos retábamos con las preguntas”, ríe con ironía José Carlos. “Eso nos influyó mucho en la carrera, porque tuvimos la costumbre de hacérselo a los profesores”.
Marco Antonio relata cómo de los 143 alumnos de primero, tan sólo 20 éramos de Valladolid (él también), por lo que ante el cierre la mayor parte tuvo que volver a casa. Otro problema fueron las becas, quienes dependían de ellas, no sabían lo qué ocurriría ya que para mantenerla tenían que aprobar todas las asignaturas, pero tampoco se sabía hasta cuando iba a permanecer cerrada. Mucha gente también optó por cambiar de carrera, se fue a Magisterio, por ejemplo, y otros muchos renunciaron. Finalmente, cuando se abrieron los centros para los exámenes, ya en septiembre, muchos ni se presentaron. De hecho, cuentan que los exámenes, al menos en Física, fueron igual que si hubieran asistido a clase. “De hecho, primero lo aprobamos solo ocho y de esa promoción acabamos sólo cinco. Yo creo que hicieron bien, porque si no hubiera sido un curso fallido”, sentencia Gigosos. Cobos explica esta actuación “porque venían del curso anterior”.
Explican que en general los profesores se rebelaron mucho porque fue un “despropósito y muy desproporcionado, no tenía ningún sentido”, aseveran al unísono, ya que a su juicio las excusas argumentadas no eran tan fuertes como las sucedidas en Madrid o Barcelona.
María Isabel del Val, representante de profesores no numerarios en la Facultad de Filosofía y Letras
En 1975, la segunda planta del edificio histórico de la Universidad, ubicado en la Plaza de la Universidad, albergaba las clases de la Facultad de Filosofía y Letras. Ese curso, María Isabel del Val, actual catedrática emérita de la UVa, era profesora no numeraria (PNN o penene), un tipo de profesorado no funcionario que había ido creciendo en la universidad española a medida que aumentaba el número de alumnado. Ese 8 de febrero, se enteró del cierre una vez regresaba de comer para dar clases por la tarde. Lo recuerda como auténtico “schock y caos”. Acudió a ver el letrero que habían colocado tanto en la puerta principal como en la de la calle Librerías, donde se anunciaba la medida ministerial. Explica que enseguida reaccionaron: “Empezamos a pensar que se podía hacer y la reacción fue favorable a los estudiantes y contraria al cierre”. “Las instituciones, como la diputación o el ayuntamiento, pero también la prensa, desde El Norte de Castilla hasta Libertad, un periódico del régimen, cada uno con su estilo y con más o menos claridad, pedían que se reconsiderada la postura”. Añade que “fue un golpe enorme no sólo para la Universidad sino también para la ciudad, porque pensiones, hoteles o bares también perdían. Las familias de los alumnos les obligaron a volver a sus casas porque no podían seguir pagando, ya que era un sacrificio muy grande sin saber si se iba a abrir de nuevo”. A su juicio, fue muy traumático desde todos los puntos de vista.
Una vez que se cerró, y pasado el primer susto, se organiza la Universidad Paralela en la facultad. “Fue relativamente espontánea, porque los alumnos buscaron el apoyo de los profesores y viceversa”. “Algunos profesores, conscientes del prejuicio que suponía para los estudiantes, procuramos apoyarles para que pudieran estudiar y no perdieran el curso”. Relata que se organizaban por cursos, en pequeños grupos, en el que algún estudiante recopilaba la información de un profesor y allí se explicaba el tema, además se indicaban las pautas de cómo y dónde estudiar y de qué manera preparar esos posibles exámenes. Y se hacía en salones parroquiales, en bares, es decir, en todo lugar en que cupiera un grupo de gente y pudiera hacerse con discreción. En este sentido, dice que toda la ciudad apoyó a la universidad y permitían ese tipo de reuniones. Los estudiantes que asistían repartían luego la información a los que no habían podido ir, y a los que estaban fuera se les enviaba por correo.
De manera paralela a esta actividad docente “clandestina”, María Isabel del Val encabeza en la Facultad de Filosofía y Letras las reivindicaciones de los profesores no numerarios. Coincidiendo con el cierre, se inicia una huelga general en España de este tipo de profesorado: “en esa época coexistían los catedráticos, que eran los jefes de departamento de la materia, y luego los profesores y en el escalón inferior, los profesores ayudantes (PNN). “En ese momento, yo era la representante de la Facultad, ya que había uno por cada centro. Después del cierre, tres representantes de la Universidad de Valladolid asistimos a una reunión nacional en Madrid y en el momento en que entramos, el resto de penenes de otros distritos nos aplaudieron. Quedamos un tanto sorprendidos porque no entendíamos lo que pasaba y luego nos dijeron que era una forma de apoyar a la Universidad de Valladolid y manifestarse en contra del castigo que había sufrido, que consideraban injusto. Tuvimos el respaldo de todos los PNNs de España”
Marcos Sacristán, de Bonn a Valladolid
El catedrático emérito y rector de la UVa (2010-2014) Marcos Sacristán acababa de aterrizar en Valladolid el curso 1974-1975, tras una estancia de un año con una beca de investigación en Bonn (Alemania), financiada por el Servicio Académico de Alemania. Allí se dedicó a investigar para su tesis doctoral, dirigida por el catedrático de Derecho Mercantil, Justino Duque. Cuando llega a la Universidad de Valladolid continúa con otra beca de investigación que en poco tiempo se convierte en una plaza de profesor ayudante, entonces llamados profesores no numerarios (PNN). Al contrario que el resto de los testimonios, vivió ese año ajeno a todas los movimientos y revueltas sociales que se estaban produciendo en la ciudad. Cuenta que el año de su estancia en Alemania vino solo por Navidades y tampoco tuvo contacto con sus amigos de facultad, ya que muchos estaban fuera, y cuando regresó definitivamente ya no estaban en la ciudad. Incluso explica cómo estuvo más involucrado en la problemática de Chile, con la instauración de la dictadura de Pinochet, por compañeros chilenos con los que vivió, que con la propia situación española.
“Cuando volví ese curso me encuentro con el cierre y el montaje de la Universidad Paralela, que por nuestra parte se plantea de forma inmediata, por el planteamiento de Justino Duque. Se pone en contacto con otros profesores para tratar de conseguir que no se pierda el curso”. “En mi caso, es decir, en el caso del Departamento de Derecho Mercantil estuvimos dando clase en la parroquia de San Ildefonso”. “Me volqué en la docencia, porque había que preparar clases teóricas y prácticas, ya que cada profesor impartíamos una clase semanal”. De hecho, esa experiencia fue muy enriquecedora porque le ayudó mucho en las clases que posteriormente impartió en la Universidad Nacional a Distancia (UNED), en la que también se basaba en el mismo esquema. De ese día, el 8 de febrero, no tiene un recuerdo preciso, pero sí que es consciente de que deja de lado las investigaciones de la tesis y pone el centro en la docencia. A partir de ahí es cuando se empieza a vincular con todas las reivindicaciones de los profesores no numerarios (PNN).
Explica que a las clases de la Universidad Paralela asistía un número reducido de estudiantes, en torno a veinte de los sesenta que habitualmente integraban cada curso, que eran los que se habían quedado en la ciudad. Ya que al igual que ocurrió en el resto de centros, muchos pertenecían al distrito UVa procedentes de las comunidades del norte, por lo que tuvieron que abandonar la ciudad ante la incertidumbre de una apertura inmediata. Esa realidad de otra universidad no la recuerda con inseguridad, sino que había la certeza de que se iba a imponer a la otra oficial, ya que estaba apoyada por todos los sectores de la sociedad.
